POR LORENZO DÍAZ CAMPOS
“Los diseñadores en realidad no tienen las soluciones. Ellos simplemente caminan senderos muy humanos, tratando de hacer las cosas más sencillas para otros humanos”.
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Paola Antonelli
Día tras día utilizamos infinidad de objetos que hacen más fácil nuestra vida, pequeños o grandes objetos que nos acompañan en nuestras rutinas y en los que raramente reparamos. Constantemente olvidamos que todo está diseñado, si fue creado por el hombre alguien pensó cómo y para qué hacerlo, alguien lo concibió. Lo cierto es que vivimos rodeados de cosas cuyo creador desconocemos, muchas de estas de una importancia enorme.
El culto a la autoría creativa es una convención social que adquiere importancia a partir del renacimiento, y con el pasar del tiempo se vuelve parte intrínseca al reconocimiento de las capacidades del ser humano. La afirmación de nuestros logros, propios y ajenos, es parte de la construcción del concepto del éxito por el que tanto luchamos a lo largo de nuestra vida. Es por eso que el diseñador cada vez enfatiza más en su creación. Sobra decir que, como en muchos quehaceres del complejo mundo actual, es posible que detrás de un objeto “de autor” en realidad hay muchos más profesionales involucrados, la gran mayoría anónimos.
Los nombres e identidades de quienes hacen posible que nuestra vida moderna sea cómoda se pierden en el tiempo, otros simplemente nunca se dieron a conocer. Sin embargo el anonimato de estos grandes y pequeños diseños que nos rodean no les resta valor, mucho menos utilidad. Me atrevería a cuestionar, a partir de esta línea de pensamiento, si la autoría conocida produce efectos contrarios en los objetos. El actual culto a esta disciplina y herramienta indispensable de pensamiento aboga incansablemente sobre la importancia de la originalidad y su defensa. ¿Es realmente la autoría lo que hace valioso a un objeto?, ¿el que este sea de tal o cual diseñador lo hace de facto superior?
lorenzo@circulocuadrado.com.mx
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