
“Calle, pero elegante”. Cuando Tego Calderón soltó esa frase, estaba hablando de alguien que lleva el barrio en la piel, pero con un flow que deslumbra. Puro estilo, puro orgullo. Pero, ¿qué pasa cuando la calle deja de ser calle y se convierte en un desfile de pinta “aesthetic” para Instagram?
El otro día, perdiendo el tiempo en TikTok (sí, como tú, que estás leyendo esto en vez de hacer algo productivo), me topé con un influencer dándome lecciones de cómo armar un “outfit streetwear clean”. ¡Por Dios! Mi quijada casi toca el suelo, y juro que murmuré: “Virgil Abloh, perdónanos, porque el streetwear ha muerto”. Agárrense, que esto va con café y pan para el velorio.
El problema: La calle ahora es un filtro de Instagram
El streetwear, ese estilo que olía a barrio, a lodo, a “mírame, existo”, se fue al carajo. Antes era caos puro: jeans rotos porque no había de otra y playeras deslavadas que contaban historias de vida. Como dijo Yohji Yamamoto: era la moda que cobraba vida en la gente real, esa que ama, sufre y se la juega día a día. ¿Hoy qué tenemos? Paletas de colores neutros, minimalismo wannabe y un montón de influencers diciendo “clean streetwear” como si fuera la biblia. ¿Clean? ¡Por favor! Eso no es calle, es un showroom de Zara con complejo de superioridad.
Ojo, no digo que se vea mal. Un look pulido, con tenis impecables y colores que combinan como si los hubiera elegido un algoritmo, puede verse bien. Sin embargo, ¿dónde está el alma? El streetwear era una patada al sistema, un “aquí estoy” gritado desde el asfalto. Era el arte de hacer magia con lo que tenías, no con lo que costaba un ojo de la cara.
Hoy, parece que si no llevas unos Jordan de 15 mil pesos o una sudadera de marca que grita “mírame, soy caro”, no eres “street”. ¿En serio? El streetwear no es un concurso de quién gasta más, es un puñetazo de autenticidad. Y esta versión “aesthetic” es como un café descafeinado: bonito, pero sin pegada.
Se siente como si la calle hubiera sido gentrificada, como La Condesa o La Roma. Nietzsche dijo “Dios ha muerto”, y yo digo: “el streetwear también”. Lo que queda es un cadáver bien vestido, pero sin vida. La calle ya no huele a calle, huele a filtro de Instagram y a obsesión por lo “instagrameable”. Y eso, amigos, no es rebeldía; es conformismo con estilo.
Queremos caos, playeras rotas con historia, jeans que griten “me la pelan tus reglas”. El streetwear no necesita ser caro ni “aesthetic” para valer; necesita ser tú, tu propia voz. Porque la calle no se trata de ser elegante, se trata de ser real.
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